Sucedió tal que así:
Estoy dando una vuelta con mi mamá por el Outlet de El Corte Inglés de "TheStyleOutlets" de San Sebastián de los Reyes (de toda la vida conocido como Factory, nombre menos fashion pero más fácil de memorizar) cuando entre perchas y perchas de ropa divisamos una bolsa azul de bombones Lindt (la única tienda comestible de todo el centro comercial, por cierto).
- ¿Y esa bolsa de bombones? - pregunto estúpidamente a mi madre.
- No sé - dice ella -. Parece que se la han dejado ahí.
Miro a señoras revoloteando alrededor de la bolsa, mirando jerseys y vestidos de fiesta. Dan una vuelta, dan otra. Pero acaban largándose de allí.
Con algo de caguelis, pero decidida, cojo la bolsa y la atrapo en mi regazo como si se fuera a escapar por patas. Asomo un poco la nariz al contenido y veo que efectivamente hay varios bombones y alguna que otra tableta de chocolate.
- ¿Qué hacemos con ella? - pregunto a mi madre. Está claro que alguien se ha olvidado la bolsa aquí mientras se probaba ropa.
- ¿La dejamos en la caja, no? - me dice ella. Así si alguien pregunta por la bolsa, se la dan allí, en la caja - continúa.
Mi madre siempre poniendo notas de cordura a los asuntos de la vida. Pero no me quedo convencida. ¿Y si esa persona no vuelve nunca? ¿Y si ya está lejos y no merece la pena regresar al lugar de autos por una bolsa con chocolate? ¿ Y si al final del día la mujer de la limpieza la tira a la basura?
Horror. Sudores fríos. Esa imagen de los chocolates dentro de un contenedor... Esa imagen de las rancias señoras de El Corte Inglés comiendo a placer los bombones, con los dientes marrones y churretones en la barbilla...
El final de la historia ya sabéis cuál es.
Éste fue mi BOTÍN.
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